Hoy hablamos de un defecto que tenemos (casi) todos. Si no lo tienes, es que no eres humano. Procrastinar.
¡Hola de nuevo!
Hoy quiero hablar de un término que oímos cada vez con más frecuencia y con el que seguramente todos nos vamos a sentir bastante identificados en determinados momentos y para determinadas tareas: PROCRASTINACIÓN. En estos casos me gusta acudir a la RAE como punto de partida: Procrastinar = Diferir, aplazar.
¿A quién no le pasa? Sabes que tienes que hacer algo, sabes que tiene fecha y hora de terminación, sabes que es importante tenerlo a tiempo, que tiene que estar… pero lo vas dejando y dejando, siempre encuentras algo mejor que hacer, una excusa “ufff ahora no me apetece, no me viene bien, tendré tiempo mañana, todavía hay tiempo…”. Mi marido usa una breve frase: “¡Qué pereza!” Y el tiempo pasa, y en el último momento ¡ZAS!: Las prisas, el agobio, la ansiedad por terminar a tiempo, las (auto)culpas y (auto)reproches: “¿por qué soy así?, ¡otra vez igual!, parece mentira que siga así”.
Procrastinar: diferir, aplazar. El problema es cuando se convierte en hábito.
Todos tenemos referencias: Mi madre me decía en esas situaciones: “¡Ya estás mañaneando!”. Y uno de mis compañeros de trabajo: “Los días de la semana son: lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo y mañana… y este último es el más nos gusta a todos”.
Parece que vamos eligiendo y definiendo claramente cuáles son esas tareas que siempre posponemos y, a fuerza de hacerlo una y otra vez, se convierte en un hábito. Ya sin pensarlo siquiera siempre las dejamos para el ultimísimo momento. Desde ir al gimnasio, a la preparación de un informe semanal al que no veo mucho sentido, pasando por esa visita al cliente que sé que tengo que hacer, pero no me apetece nada…
¿Por qué lo hacemos? ¿Con qué criterio elegimos las tareas que habitualmente posponemos?
¿Con qué criterio “elegimos” cada uno de nosotros esas tareas que habitualmente posponemos? Quizá merezca la pena que dediques unos momentos a pensarlo ya que es el primer paso para conocer esta faceta de tu forma de funcionar y así poder trabajar en ello. ¿Qué dejas siempre para mañana y por qué? Tanto si nos referimos a tareas en el ámbito personal como profesional, dependerá por supuesto de tus gustos y preferencias, pero probablemente comprobarás que es mucho más complejo que esto.
Entrarán también aquí en juego tus expectativas de recompensa alrededor de esa tarea en concreto, cómo encaja dentro de tus valores y prioridades, tu motivación, el entorno en que se realiza (con qué personas, dónde, en qué momentos, ¿consume tu tiempo libre?… todo ayuda), el plazo de finalización (cuanto más largo, más lo vamos dejando y el resultado es el mismo), tu (auto)confianza en el éxito o fracaso, las experiencias previas, cómo te encuentras…
Hay que tener voluntad para sustituirr el "mañaneo" por el "ahora".
En cualquier caso y, por supuesto, se trata también en gran medida, de un tema de voluntad y disciplina de agenda, de sustituir el “MAÑANEO” por el “¡YA!”. Desde luego no es un tema fácil ni simple, pero no debemos dejarlo de lado, ya que corremos el riesgo de que se cree una espiral emocional de procrastinación - ansiedad y estrés – (auto)culpabilidad y (auto)crítica - baja autoestima - desmotivación… A la que es necesario echar el alto.
Pueden ser muy útiles tres pequeños trucos basados en mindfulness que consisten en prestar atención plena a esos momentos en que la procrastinación aparece:
· Lo primero es Identificar y conocer bien a tu procrastinador interno, ponle cara y ojos, o sea, identifica en qué momentos suele aparecer, al hacer qué cosas, en temas personales o profesionales, cuál es su discurso habitual (“mejor mañana, ahora tengo prisa, todavía hay tiempo de sobra…”), Incluso puedes aplicar sentido del humor y ponerle nombre (yo le llamo “¡PROCRASTINATOR!” 😊), y ponerle voz para hacerte su amigo e identificarle muy bien cuando empiece a hablarte. Ésta es una forma de desidentificarte de él, de distanciarte y comenzar a considerarlo como lo que es, como un pensamiento más, un diálogo mental que estableces tú mismo y sólo tú puedes controlar.
Un primer paso es identificar a tu procrastinador interno. Y después usar la "atención plena" del mindfulness para darse cuenta cada vez que entre en acción.
· El segundo, ahora que ya le conoces muy bien, es utilizar de nuevo tu Atención Plena para darte cuenta cada vez que tu procrastinador interno entra en acción y en el momento en que empieza esa conversación entre PROCASTINATOR y tú, quizá puedas tomarlo como un juego, algo así como como un partido de ping-pong: qué dices tú y qué dice él, punto para ti o punto para él. Cada vez que llevas a cabo puntualmente esa tarea que te cuesta, te apuntas un punto, y cada vez que de nuevo la aplazas es un punto para él. Observa cómo va el partido y si puedes hacer algo al respecto. Eso sí, sin entrar en juicios ni críticas, solo amabilidad y curiosidad hacia lo que sucede en el partido.
· Y en tercer lugar: continua jugando. Ten en cuenta que como casi todo en la vida, esto también hay que entrenarlo y practicarlo. Cada punto que ganes habla de ganar coherencia con tus valores y objetivos, de mejorar en motivación, de ganar autoestima y confianza para el siguiente partido. Estás creando nuevos hábitos y rompiendo automatismos al desactivar ese piloto automático de aplazamiento (consciente o inconsciente) que aparece cada vez que piensas en esa tarea incómoda o desalentadora pero necesaria.
Evitar la procrastinación es crear nuevos hábitos: requiere entrenamiento y práctica.
Por último, sólo añadir algunas consideraciones adicionales que pueden ayudar a la hora de tomar medidas para detener el ciclo de procrastinación. Verás que se trata sólo de un poco de sentido común:
· Cuidar nuestro cuerpo, descansar e introducir hábitos saludables en nuestra vida, si no tienes energía suficiente, es más fácil que “PROCRASTINATOR” tome el control.
· Cuidar nuestro entorno de trabajo, nuestro espacio, nuestra agenda, nuestro equipo. Introducir orden y coherencia, horarios, separar lo personal de lo profesional (sobre todo en tiempos de teletrabajo). Está demostrado que un entorno ordenado (en el más amplio sentido de la palabra) favorece una mente ordenada, una atención enfocada y decidida que permite un aumento de la productividad sin detrimento del espacio personal.
Quizás la procrastinación es una señal de falta de energía... así que cuidate. Organiza tu agenda. Y añade algún factor motivante.
· Organizar nuestra jornada de forma que abordemos a primera hora de la mañana las tareas más difíciles, incómodas y que más nos cuestan. Parece una obviedad, pero realmente funciona ya que estarás más fresco y mejor dispuesto. Así que… ¡cuanto antes mejor!
· Intentar asociar esas tareas que más nos cuestan con algo agradable y motivador para hacértelo más fácil, por ejemplo, intenta quedar con un amigo para ir al gimnasio o empieza más temprano a hacer ese informe tedioso para que te dé tiempo a tomar el café con los compañeros…
Como ves, estas cosas que en apariencia son simples, son las que más puede ayudar.
Acuérdate de lo que decía Theodore Roosevelt: “En un momento de decisión, lo mejor que puedes hacer es lo correcto, lo siguiente que puedes hacer es lo incorrecto, y lo peor que puedes hacer es nada”.
¡Un abrazo y seguimos hablando!
Angela Larrubia Ansón - Mindfulness Vida y Salud
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